El reto es proporcionar un acceso sostenible al agua en calidad y cantidad suficientes para todos los usos y para el medio ambiente, utilizando un enfoque global desarrollado conjuntamente por todas las partes implicadas. Esto requiere una planificación estratégica a largo plazo.

En un contexto de cambio climático acelerado sin precedentes, la crisis del agua no puede considerarse de forma aislada, ya que está vinculada a una serie de retos medioambientales, económicos y sociales globales.

Comprenderla en todas sus dimensiones exige considerar un amplio abanico de cuestiones, como el elevado crecimiento demográfico y la rápida urbanización, la viabilidad de los ecosistemas, la seguridad hídrica, energética y alimentaria, y un desarrollo deficiente caracterizado por pautas de consumo y producción insostenibles.

Para alcanzar estos objetivos, la RIOC considera que los planes de gestión de cuenca y los programas asociados de medidas e inversiones a lo largo de varios años son una herramienta clave.

Construidos con un enfoque prospectivo, se basan en un análisis de las presiones actuales y en una estimación de las presiones futuras. Tienen en cuenta las presiones de los usos domésticos, agrícolas e industriales, incluida la energía, sobre las aguas superficiales y subterráneas, en términos de captación, consumo y contaminación.

También tienen en cuenta el impacto del desarrollo de infraestructuras hidráulicas y presas, el uso del suelo, el cambio climático y los riesgos de catástrofes naturales, disputas y conflictos abiertos relacionados con el agua.

Reducir la demanda de agua; luchar contra la contaminación; proteger y restaurar los ecosistemas acuáticos; desarrollar los recursos hídricos no convencionales (reutilización de aguas residuales, recogida de aguas pluviales, etc.); asignar volúmenes de agua y, sobre todo, distribuir los beneficios derivados de la explotación de los recursos hídricos, son todos ellos objetivos fijados por estos planes a medio plazo.

Los programas de medidas establecen las acciones necesarias para alcanzar estos objetivos. Van acompañados de planes de financiación y programas de inversión. Por último, se evalúa la aplicación de estas acciones y se procede a un nuevo ciclo de planificación, teniendo en cuenta las lecciones aprendidas del ciclo anterior.

La planificación estratégica es, por tanto, un proceso cíclico e iterativo.

Las etapas de diagnóstico, planificación, ejecución, evaluación y corrección se suceden y perfeccionan con cada ciclo. En un entorno en constante evolución, es una garantía de eficacia y adaptabilidad, tanto más eficaz cuanto que puede apoyarse en una información fiable, una gobernanza concertada y mecanismos de financiación sostenibles: